Digan lo que digan, nadie está preparado para recibir tan terrible noticia, pero a Julio Santos se la comunicó el Dr. Villodres con toda la naturalidad del mundo mientras se rascaba su prominente barriga: “Le quedan a usted más o menos unos siete meses de vida”. Al principio fue el miedo, después vino la rabia, la impotencia; pero finalmente, cuando los pretextos y las razones caen por su propio peso y la gravedad es puro nihilismo, uno se arma de valor y se plantea el inusitado juego de ser Dios. Teniendo en cuenta la esperanza de vida del hombre occidental, Julio confeccionó su propio planning existencial, cada cinco años los reduciría a un mes y todo lo que pensaba hacer en treinta y cinco años se condensaría en los siete meses que le quedaban, eliminando, claro está, todos los objetivos superfluos de la vida.
El oxigenado plan de Julio Santos se desarrolló según lo previsto, corroborando dos principios irrefutables: que cuando la muerte apremia algunas cosas cobran su verdadero valor y que el tiempo condensado adquiere el inconfundible sabor de la infancia. Su calidad de vida mejoró de manera notoria en todos los campos: en la familia, en el amor, en el trabajo, en el sexo e incluso, paradójicamente, en la salud. Hasta que transcurrido un mes (es decir, cinco años en el cómputo vital de Santos), Villodres lo citó con una urgencia más que alarmante para transmitirle lo que sin duda – pensó- sería una noticia fulminante. Sin embargo, todas sus expectativas se disiparon como la humareda de un mal sueño cuando el orondo doctor le reveló – sin dejar de palparse el abdomen – que todo había sido un lamentable error médico.
Julio Santos ya había adquirido en esos cinco años la suficiente clarividencia para no renunciar a su plan vital. Eso sí, se permitió la pequeña e imprevista licencia de añadirle un mes más: el tiempo necesario para planificar la desde entonces efímera y triste existencia del Dr. Villodres, pues le quedaban, según los designios divinos de su paciente, unos cinco años de vida. Una verdadera pena.
El oxigenado plan de Julio Santos se desarrolló según lo previsto, corroborando dos principios irrefutables: que cuando la muerte apremia algunas cosas cobran su verdadero valor y que el tiempo condensado adquiere el inconfundible sabor de la infancia. Su calidad de vida mejoró de manera notoria en todos los campos: en la familia, en el amor, en el trabajo, en el sexo e incluso, paradójicamente, en la salud. Hasta que transcurrido un mes (es decir, cinco años en el cómputo vital de Santos), Villodres lo citó con una urgencia más que alarmante para transmitirle lo que sin duda – pensó- sería una noticia fulminante. Sin embargo, todas sus expectativas se disiparon como la humareda de un mal sueño cuando el orondo doctor le reveló – sin dejar de palparse el abdomen – que todo había sido un lamentable error médico.
Julio Santos ya había adquirido en esos cinco años la suficiente clarividencia para no renunciar a su plan vital. Eso sí, se permitió la pequeña e imprevista licencia de añadirle un mes más: el tiempo necesario para planificar la desde entonces efímera y triste existencia del Dr. Villodres, pues le quedaban, según los designios divinos de su paciente, unos cinco años de vida. Una verdadera pena.
3 comentarios:
Buenas tardes,Joaquín,
He tenido la fortuna de descubrir tu blog y poder leer algunos de tus microrrelatos,que para mí son una novedad.
Me ha gustado éste en especial,al igual que hace el protagonista son sus días y sus noches,creo que condensas toda una novela en unas breves líneas.
Muy interesante tu forma de narrar,ya conocía tu forma de versar y desde luego ambas se corresponden en calidad,profundidad y originalidad.
Un abrazo,seguiré por aquí.
CON sus días y sus noches,he querido decir,jaja.Otro abrazo.
Muchas gracias por tu comentario, Madelyne, y muchas gracias por lo de "calidad, profundidad y originalidad".
Será un placer que sigas por aquí!
Un fuerte abrazo!
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