"SELFIES DE UN HOMBRE INVISIBLE". Presentación del nuevo libro de Joaquín Piqueras a cargo de Diego Sánchez Aguilar.




Selfies de un hombre invisible.

Presentación de Diego Sánchez Aguilar.


“Selfies de un hombre invisible” es el noveno poemario de Joaquín Piqueras, y en él podemos observar todas las marcas que han ido definiendo su estilo y su marca poética  a lo largo de los años.

En primer lugar, habría que destacar la oscuridad, el pesimismo que caracteriza este y la mayoría de sus libros. En realidad, yo, como pesimista que soy, siempre he estado en contra de esa palabra: nunca la he entendido, es más, creo que todos aquellos que somos calificados como pesimistas deberíamos rebelarnos de una vez y luchar contra ese término. Me parece, resumiendo, una trampa del lenguaje, porque parece que es tan fácil como elegir entre dos opciones: ser optimista, o ser pesimista. Pero, si lo pensamos un poco, bajo lo que se denomina “pesimismo” (o al menos en ese sentido me refiero a la visión del mundo que transmiten los poemas de Piqueras) no hay sino una mirada clara y directa, sin engaños ni excusas, a la realidad. Y la realidad, con datos, es pesimista por naturaleza. Ejemplo número uno: Que estar vivo es un proceso degenerativo que lleva sin excepción a la decadencia, a la vejez y/o a la muerte es algo que no admite posicionamiento personal, que no admite una actitud optimista. Pero parece que decirlo, señalarlo, recordarlo y hacerlo poéticamente explícito, como hace Joaquín, te coloca en el lado de los pesimistas. Pues bueno, que me expliquen los optimistas qué otro futuro esperan. Ejemplo número dos, también muy ligado a los poemas de Joaquín: que la sociedad es una trampa en la que el individuo solamente va a ser estafado, utilizado, explotado, juzgado y condenado si se atreve a levantar su voz es otro hecho probado e irrefutable. No sé en qué momentos de la historia pueden los llamados optimistas basarse para justificar una visión de futuro en la que los hombres se comprenden y respetan, en la que el egoísmo, la explotación laboral y la codicia extrema e insensible no son las reglas del juego con las que los de arriba nos aplastan a los de abajo. La visión social, muy presente en toda la obra de Joaquín, y aquí no es una excepción, nunca nos plantea paraísos soñados, porque la realidad social es lamentablemente sinónimo de injusticia, y la tarea del poeta es señalar y denunciar dicha injusticia, como él hace aquí en varios poemas.

                    En la tristeza innata de los comedores sociales,
            en el silencio inerte de los cuerpos con hambre,
            en el fuego cruzado de las voces de los políticos,
            en el tiro al blanco a inmigrantes en la ciudad sin nombre,

            ahí, solo ahí, 
            hallo mi lugar”.

El otro elemento que caracteriza la poesía de Joaquín es la ironía. El pesimismo que hemos mencionado antes no tiene por qué desembocar en poemas dramáticos o en un pozo de desesperación: la ironía es la actitud que elige el poeta para distanciarse de ese dramatismo. Con ella consigue un doble efecto: mantiene la oscuridad, la certeza de lo irremediable, no lo suaviza ni lo evita, no aparta la mirada ni se engaña a sí mismo. Pero sí se distancia de ese dolor con una mueca, con una sonrisa que viene al mismo tiempo de la certeza de que la vida es dolor y de la certeza de que nada se puede hacer por evitarlo, y que, por lo tanto, ese dolor tampoco nos hace especiales o únicos, por lo que un poco de humor (negro) es una actitud más elegante y lúcida que el llanto desesperado que sería más propio del inconsciente que, de repente, se da cuenta del mal que se le viene encima. Los buenos pesimistas son irónicos, y poco dramáticos, porque llevan toda la vida mirando a la vida a la cara.

                        torpe asesino
                        el tiempo, que deja huellas
                        por todas partes”

Por último, es casi imposible hablar de la poesía de Joaquín sin mencionar su rica intertextualidad, que muchas veces es una gozosa fuente también de ironía, y que, siempre, es una definición de su estilo y de su actitud vital: sus poemas suelen dialogar con la obra de otros escritores, usar referencias de obras literarias como (y aquí ya me limito a las de este libro) la Odisea, la poesía de Leopoldo María Panero, la vida u obra de escritores de la literatura patria (“Enseñar a los clásicos”) o universal (“La deuda hipotecaria de Villon amortizada por los muchos escritores hipoxifílicos que en el mundo han sido”), el cine (tiene todo un libro dedicado íntegramente a intertextualidades cinematográficas, pero aquí aparece el cine de terror, Psicosis, El resplandor, Viernes 13…, Forrest Gump...Y, por supuesto, la otra gran pasión de Joaquín junto con la literatura y el cine, de hecho, su primera gran pasión artística: la música: referentes musicales del rock y el punk son habituales en sus libros, y juegos intertextuales con canciones de estas tendencias populares son frecuentes, si bien en este libro hay un poco menos de rock and roll que en otros del autor, siguen sonando algunos acordes.

El ingenio, el juego de palabras y el gusto por la expresión paradójica son también marcas de la casa de la poesía de Joaquín. En este libro están muy presentes en todos los poemas, pero se concentran con mayor frecuencia en los haikus y tankas que se alternan con los poemas de extensión más larga. Joaquín ha desarrollado una técnica del haiku que, respetando la métrica clásica del mismo, no respeta sin embargo su actitud contemplativa y mística. El haiku de Joaquín está más cerca del aforismo, un aforismo con una restricción métrica que fuerza su ingenio para provocar la sorpresa en el lector, usando, con mucha inteligencia siempre, el nombre del poema como clave imprescindible de ese juego de ingenio.


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