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Tomas falsas
Francisco Javier Díez de Revenga
Francisco Javier Díez de Revenga
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Joaquín Piqueras (Alguazas, 1967) acaba de publicar, en Las Palmas de Gran Canaria, su último libro de poesía, «Tomas falsas (V.O.)», que obtuvo el Primer Accésit del XVII Premio de Poesía Ciudad de Las Palmas. La cuidada edición cuenta con una portada de José Molina y un prólogo de María Ángeles Moragues. Se trata de un libro de poesía muy original, sugerido por un argumento común, el cine, con una serie de variaciones suscitadas por numerosas películas inmortales, de manera que asistimos a una especie de historia personal del cine, de acuerdo con los gustos del poeta. El libro está compartimentado en tres secuencias de poemas, la primera dedicada a la «etapa muda» y las dos siguientes a la «etapa sonora».
Pero no se trata, desde luego, de una evocación de tantos y tantos filmes recordados, sino que la visión de cada película provoca una reflexión lírica sobre asuntos que preocupan o inquietan al poeta, cuestiones existenciales, que van revelando una visión del mundo y de la vida comprometida con los asuntos inmortales: el amor, el paso del tiempo o la muerte. O la reflexión social surgida ya por la película más antigua, «Salida de los obreros e la fábrica», en la que recupera tiempos lejanos, de infancia, como ocurre igualmente en las sugerencias ofrecidas por las obras maestras del cine mudo: «Viaje a la luna», «Vida de perro», «El chico», con las que niñez y absurdo recrean un mundo evocado no sin cierta nostalgia, agredido desde luego por el implacable paso del tiempo, sobre todo porque el futuro, sugerido en alguna de las secuencias, se ha convertido ya en pasado. Vida y muerte serán el objeto de evocación de «El acorazado Potemkin», para cerrar una etapa, la del cine mudo, plena de sugerencias y compromiso.
Se abre la primera sección de cine sonoro con «La sangre de un poeta», ocasión ideal para establecer la propia poética, el particular concepto de la poesía que define su nuevo enfrentamiento con la realidad personal, mientras «Ciudadano Kane», «Recuerda» o «Qué bello es vivir» aportan recuerdos, olvidos y otras ansiedades. Con «Solo ante el peligro» el compromiso personal ante la vida registrará el implacable avanzar de las manecillas del reloj anunciando el transcurso inevitable del tiempo y la muerte que viene tan callando, mientras Jorge Manrique o Gerardo Diego transmiten con su irónico recuerdo el sarcasmo de unas palabras de amor, palabras, o de una muerte que se aproxima sin detenerse, tan callando. Soledad y tiempo sugeridas por un filme eterno para despertar inquietud imparable.
«De aquí a la eternidad», «Al este del edén», «Centauros del desierto» o «Matar a un ruiseñor» evocarán nuevas inquietudes ante el paso del tiempo y el regreso al futuro, ante la autodestrucción y ante los sueños, para concluir con reflexiones sobre la muerte del inocente, el crimen y la maldad, mientras el recuerdo y el olvido vuelven a debatir sobre su propia existencia.
La tercera secuencia contará con «El último tango en París», «Amarcord», «El imperio de los sentidos» o «Viaje a ninguna parte», entre otras, para avivar nuevas inquietudes que, formalmente, se van adelgazando en poemas cada vez más breves y aforísticos, como si el poeta quisiera con el cine contemporáneo comprometerse aún más con la brevedad de la vida, con la fugacidad de una existencia que se torna en compleja y difícil, a la que el laconismo de algunos de los poemas contribuye poderosamente. Aunque también hay historias de vida extensas, como la suscitada por «Amarcord», con todo lo que significa o representa de evocación de un mundo tantas veces reiterado en el libro como lo es el de la infancia y la adolescencia.
Hay que valorar este libro de poemas tan original, que en un principio puede engañar al lector superficial que no sea capaz de ver sino una nostálgica evocación de películas inolvidables. Pero en cada poema, en cada evocación de un film concreto, hay una turbación expresada con singular dramatismo, con escrutadora visión de un mundo fluyente, de una vida que trascurre agitada por el paso del tiempo y por la evocación de las edades, aunque también haya espacios mínimos para la celebración. Pero la realidad es que estas «tomas falsas», en versión original, revelan lo que hay detrás del mundo fantástico de cada film, y que bien puede resumir el brevísimo poema de «El cartero (y Pablo Neruda)»: «Ya no entran cartas de amor /en mi buzón, sólo catálogos /repletos de metáforas vacías». Un libro en definitiva que pone de relieve la calidad de un poeta tan original siempre como lo es Joaquín Piqueras.
Joaquín Piqueras (Alguazas, 1967) acaba de publicar, en Las Palmas de Gran Canaria, su último libro de poesía, «Tomas falsas (V.O.)», que obtuvo el Primer Accésit del XVII Premio de Poesía Ciudad de Las Palmas. La cuidada edición cuenta con una portada de José Molina y un prólogo de María Ángeles Moragues. Se trata de un libro de poesía muy original, sugerido por un argumento común, el cine, con una serie de variaciones suscitadas por numerosas películas inmortales, de manera que asistimos a una especie de historia personal del cine, de acuerdo con los gustos del poeta. El libro está compartimentado en tres secuencias de poemas, la primera dedicada a la «etapa muda» y las dos siguientes a la «etapa sonora».
Pero no se trata, desde luego, de una evocación de tantos y tantos filmes recordados, sino que la visión de cada película provoca una reflexión lírica sobre asuntos que preocupan o inquietan al poeta, cuestiones existenciales, que van revelando una visión del mundo y de la vida comprometida con los asuntos inmortales: el amor, el paso del tiempo o la muerte. O la reflexión social surgida ya por la película más antigua, «Salida de los obreros e la fábrica», en la que recupera tiempos lejanos, de infancia, como ocurre igualmente en las sugerencias ofrecidas por las obras maestras del cine mudo: «Viaje a la luna», «Vida de perro», «El chico», con las que niñez y absurdo recrean un mundo evocado no sin cierta nostalgia, agredido desde luego por el implacable paso del tiempo, sobre todo porque el futuro, sugerido en alguna de las secuencias, se ha convertido ya en pasado. Vida y muerte serán el objeto de evocación de «El acorazado Potemkin», para cerrar una etapa, la del cine mudo, plena de sugerencias y compromiso.
Se abre la primera sección de cine sonoro con «La sangre de un poeta», ocasión ideal para establecer la propia poética, el particular concepto de la poesía que define su nuevo enfrentamiento con la realidad personal, mientras «Ciudadano Kane», «Recuerda» o «Qué bello es vivir» aportan recuerdos, olvidos y otras ansiedades. Con «Solo ante el peligro» el compromiso personal ante la vida registrará el implacable avanzar de las manecillas del reloj anunciando el transcurso inevitable del tiempo y la muerte que viene tan callando, mientras Jorge Manrique o Gerardo Diego transmiten con su irónico recuerdo el sarcasmo de unas palabras de amor, palabras, o de una muerte que se aproxima sin detenerse, tan callando. Soledad y tiempo sugeridas por un filme eterno para despertar inquietud imparable.
«De aquí a la eternidad», «Al este del edén», «Centauros del desierto» o «Matar a un ruiseñor» evocarán nuevas inquietudes ante el paso del tiempo y el regreso al futuro, ante la autodestrucción y ante los sueños, para concluir con reflexiones sobre la muerte del inocente, el crimen y la maldad, mientras el recuerdo y el olvido vuelven a debatir sobre su propia existencia.
La tercera secuencia contará con «El último tango en París», «Amarcord», «El imperio de los sentidos» o «Viaje a ninguna parte», entre otras, para avivar nuevas inquietudes que, formalmente, se van adelgazando en poemas cada vez más breves y aforísticos, como si el poeta quisiera con el cine contemporáneo comprometerse aún más con la brevedad de la vida, con la fugacidad de una existencia que se torna en compleja y difícil, a la que el laconismo de algunos de los poemas contribuye poderosamente. Aunque también hay historias de vida extensas, como la suscitada por «Amarcord», con todo lo que significa o representa de evocación de un mundo tantas veces reiterado en el libro como lo es el de la infancia y la adolescencia.
Hay que valorar este libro de poemas tan original, que en un principio puede engañar al lector superficial que no sea capaz de ver sino una nostálgica evocación de películas inolvidables. Pero en cada poema, en cada evocación de un film concreto, hay una turbación expresada con singular dramatismo, con escrutadora visión de un mundo fluyente, de una vida que trascurre agitada por el paso del tiempo y por la evocación de las edades, aunque también haya espacios mínimos para la celebración. Pero la realidad es que estas «tomas falsas», en versión original, revelan lo que hay detrás del mundo fantástico de cada film, y que bien puede resumir el brevísimo poema de «El cartero (y Pablo Neruda)»: «Ya no entran cartas de amor /en mi buzón, sólo catálogos /repletos de metáforas vacías». Un libro en definitiva que pone de relieve la calidad de un poeta tan original siempre como lo es Joaquín Piqueras.
4 comentarios:
Una reseña acorde con la calidad del poemario, besos.
Pd:A ver si nos tomamos el café antes de que me vaya a la otra punta de la provincia, jeje.
Gracias, Madelyne. Besos.
Sí, claro, me refiero a lo del café. Al final, te vas seguro a esas tierras lejanas?
Excelente análisis de la obra, es como si fuera un esbozo de una tesis de investigación sobre ella, además realizada por un gran crítico, sin el que no se puede concebir, por ejemplo, el estudio de la Generación del 27. Enhorabuena, Joaquín.
Gonzalo
Sí, sin duda, es un magnífico e imprescindible crítico sin el que es imposible estudiar a muchos autores.Ha sido para mí un grandísimo honor que haya hecho esta reseña, algo que le estaré eternamente agradecido. Gracias, Gonzalo. Un abrazo.
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