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El número 37 de El perseguidor (Tenerife, 19-03-2011) es un monográfico dedicado a la memoria del recientemente fallecido Ezequiel Pérez Plasencia (puedes leerlo AQUÍ).
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Reproducimos íntegro el artículo de Joaquín Piqueras:
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AHORA SÍ QUE EL MAR NO NOS DICE NADA
Ahora sí, Ezequiel, ahora sí que el mar no nos dice nada, por mucho que aventamos nuestros más vehementes recuerdos sólo encontramos el insomnio de las olas, el silencio locuaz de una “psique sin cuerpo”. Nos has dejado solos, y la soledad, como tú escribiste, es un arma de doble filo, que te puede conducir a la lucidez o a la locura.
Ahora sí, Ezequiel, ahora sí que el mar no nos dice nada, por mucho que aventamos nuestros más vehementes recuerdos sólo encontramos el insomnio de las olas, el silencio locuaz de una “psique sin cuerpo”. Nos has dejado solos, y la soledad, como tú escribiste, es un arma de doble filo, que te puede conducir a la lucidez o a la locura.
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Has dejado inconclusa una novela que caminaba con paso firme hacia tu “sueño realizado”, ahí dejabas cada brizna de tu ser cada noche, arañando horas al orden del día. Decías que habías metido a mi Orfeo entre tus páginas, a ese cronopio, con el que los dos nos sentíamos identificados, cuya música desafiaba, como nuestro admirado perseguidor de Cortázar, las leyes de la razón y del mundo, a ese “cabrón” capaz de eyacular en las puertas del cielo; y yo no podía sino sentir la imposibilidad de corresponder a tan tamaña gratitud. Tú eras - y eres - así, tremenda y humildemente generoso, siempre dando mucho sin que te acuciara la necesidad que abruma a tantos “juntaletras, líderes de opinión, politicastros, letraheridos” de la actualidad, siempre reclamando su eternamente renovado derecho de “pernada” en este mundo agitado “por las añagazas de todopoderoso dios-mercado”.
La primera vez que nos vimos, Ezequiel, el que suscribe estas líneas andaba recién empapado de La decena de un cronopio. Y como muestra de mi admiración por tan pequeño gran libro, galardonado con el Premio Internacional de Cuentos Juan Rulfo, publiqué el capítulo “Viernes” en mi blog Insólitos. Caminando por el “lado salvaje de la literatura”; y tú, que tuviste, a pesar de tu limitada movilidad, la gentileza de ir a esperarme al instituto donde trabajo - siempre llegaste más temprano de lo habitual a las citas, incluso a la última-, lo hiciste cargado de libros; pero, sobre todo, de palabras, inteligentes y exquisitas “palabras” para celebrar el milagro de esa literatura que, preservando su autenticidad, no está “domesticada por el stablishment de las letras” – cómo te gustaba esa expresión-. Dos horas que pasaron con una velocidad endiablada para dejar una estela tan indeleble que todavía ahora, frente a este mar sin respuesta, se exhiben como voluminosas estrellas que ganan en intensidad cada vez que son revividas. Vida y Literatura. Cuántos nombres sobre el tapete: desde Bernhard hasta Idea Vilariño, desde Onetti, Chejóv o Roth hasta los más recónditos y malditos escritores canarios y cubanos, todo enriquecido con múltiples anécdotas y referencias. Tampoco faltaron las excrecencias del actual panorama literario, la mafia de los premios, el eterno candidato al Nobel – que ya dejó de serlo-, los errores editoriales, la izquierda, la derecha, Internet, toxicomanías varias, Albert Camus…, para volver sobre tu propio material y su posible difusión digital. Después vino un contacto continuado a través de muchos emails y de varias citas para intercambio de libros y experiencias- entre ellas, dos inolvidables comidas literarias en el Mesón Andaluz con José Bonaque y con Tino Fernández-, para volver a enzarzarnos de nuevo en un renovado capítulo de supervivencia a través y por la Literatura, consolidando en cada comunicación nuestra amistad.
En horas de insomnio como estas me llegaban tus correos meticulosamente escritos – te enfadabas si se colaba alguna errata ortográfica-: algunos embadurnados por el desaliento e incluso la desesperación de un ser vencido por las circunstancias; otros, en cambio, rezumaban esperanza y cargamentos de fe por tu trabajo; pero ninguno quedaba exento de tu sentido del humor; es más, muchos de ellos concluían con el colofón de una punzada verbal llena de agudeza, en la que era difícil adivinar tras su manto de ironía tu verdadero estado de ánimo, quedando en el mío entonces inoculado el virus de la preocupación. Mas quién me iba a decir que el único email aparentemente inocuo, esterilizado para el desasosiego, que recibí hace dos semanas iba a ser el último. Mi efusiva respuesta por una buena noticia jamás halló correspondencia, sólo el mutismo. Un mutismo tan inquietante, si cabe, que el de este maldito mar que nada dice.
Releo tus artículos, Ezequiel, tus relatos, tu novela, con la avidez del discípulo que disfruta aprendiendo de un gran maestro. Y me digo que, efectivamente, “la vida es un camino minado”, que da igual –bien lo sabía Abel Cainus-, los destinos que uno elija, cuando sólo uno ha de elegirte a ti, consumándose el azaroso fatum de la miserable existencia humana. Un accidente absurdo convertido en “hacha homicida” nos ha arrebatado para siempre tu presencia, dejando en suspenso una brillante carrera literaria. Ahora que habías dejado atrás tantos escollos y sorteado peligrosas minas en el camino, ha venido la muerte, “tan jodiendo”, a desordenarlo todo. El mar ya no dice nada – este es uno de los títulos que barajabas para tu novela-, pero seguiremos observándolo, escudriñando en su silencio nuestro propio reflejo, o más bien la reverberación de nuestro profundo deseo de regresarte. Mientras tanto, tu magnífica obra hablará por él.
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Has dejado inconclusa una novela que caminaba con paso firme hacia tu “sueño realizado”, ahí dejabas cada brizna de tu ser cada noche, arañando horas al orden del día. Decías que habías metido a mi Orfeo entre tus páginas, a ese cronopio, con el que los dos nos sentíamos identificados, cuya música desafiaba, como nuestro admirado perseguidor de Cortázar, las leyes de la razón y del mundo, a ese “cabrón” capaz de eyacular en las puertas del cielo; y yo no podía sino sentir la imposibilidad de corresponder a tan tamaña gratitud. Tú eras - y eres - así, tremenda y humildemente generoso, siempre dando mucho sin que te acuciara la necesidad que abruma a tantos “juntaletras, líderes de opinión, politicastros, letraheridos” de la actualidad, siempre reclamando su eternamente renovado derecho de “pernada” en este mundo agitado “por las añagazas de todopoderoso dios-mercado”.
La primera vez que nos vimos, Ezequiel, el que suscribe estas líneas andaba recién empapado de La decena de un cronopio. Y como muestra de mi admiración por tan pequeño gran libro, galardonado con el Premio Internacional de Cuentos Juan Rulfo, publiqué el capítulo “Viernes” en mi blog Insólitos. Caminando por el “lado salvaje de la literatura”; y tú, que tuviste, a pesar de tu limitada movilidad, la gentileza de ir a esperarme al instituto donde trabajo - siempre llegaste más temprano de lo habitual a las citas, incluso a la última-, lo hiciste cargado de libros; pero, sobre todo, de palabras, inteligentes y exquisitas “palabras” para celebrar el milagro de esa literatura que, preservando su autenticidad, no está “domesticada por el stablishment de las letras” – cómo te gustaba esa expresión-. Dos horas que pasaron con una velocidad endiablada para dejar una estela tan indeleble que todavía ahora, frente a este mar sin respuesta, se exhiben como voluminosas estrellas que ganan en intensidad cada vez que son revividas. Vida y Literatura. Cuántos nombres sobre el tapete: desde Bernhard hasta Idea Vilariño, desde Onetti, Chejóv o Roth hasta los más recónditos y malditos escritores canarios y cubanos, todo enriquecido con múltiples anécdotas y referencias. Tampoco faltaron las excrecencias del actual panorama literario, la mafia de los premios, el eterno candidato al Nobel – que ya dejó de serlo-, los errores editoriales, la izquierda, la derecha, Internet, toxicomanías varias, Albert Camus…, para volver sobre tu propio material y su posible difusión digital. Después vino un contacto continuado a través de muchos emails y de varias citas para intercambio de libros y experiencias- entre ellas, dos inolvidables comidas literarias en el Mesón Andaluz con José Bonaque y con Tino Fernández-, para volver a enzarzarnos de nuevo en un renovado capítulo de supervivencia a través y por la Literatura, consolidando en cada comunicación nuestra amistad.
En horas de insomnio como estas me llegaban tus correos meticulosamente escritos – te enfadabas si se colaba alguna errata ortográfica-: algunos embadurnados por el desaliento e incluso la desesperación de un ser vencido por las circunstancias; otros, en cambio, rezumaban esperanza y cargamentos de fe por tu trabajo; pero ninguno quedaba exento de tu sentido del humor; es más, muchos de ellos concluían con el colofón de una punzada verbal llena de agudeza, en la que era difícil adivinar tras su manto de ironía tu verdadero estado de ánimo, quedando en el mío entonces inoculado el virus de la preocupación. Mas quién me iba a decir que el único email aparentemente inocuo, esterilizado para el desasosiego, que recibí hace dos semanas iba a ser el último. Mi efusiva respuesta por una buena noticia jamás halló correspondencia, sólo el mutismo. Un mutismo tan inquietante, si cabe, que el de este maldito mar que nada dice.
Releo tus artículos, Ezequiel, tus relatos, tu novela, con la avidez del discípulo que disfruta aprendiendo de un gran maestro. Y me digo que, efectivamente, “la vida es un camino minado”, que da igual –bien lo sabía Abel Cainus-, los destinos que uno elija, cuando sólo uno ha de elegirte a ti, consumándose el azaroso fatum de la miserable existencia humana. Un accidente absurdo convertido en “hacha homicida” nos ha arrebatado para siempre tu presencia, dejando en suspenso una brillante carrera literaria. Ahora que habías dejado atrás tantos escollos y sorteado peligrosas minas en el camino, ha venido la muerte, “tan jodiendo”, a desordenarlo todo. El mar ya no dice nada – este es uno de los títulos que barajabas para tu novela-, pero seguiremos observándolo, escudriñando en su silencio nuestro propio reflejo, o más bien la reverberación de nuestro profundo deseo de regresarte. Mientras tanto, tu magnífica obra hablará por él.
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2 comentarios:
Espero que desde algún lugar, tu amigo, pueda leer estas preciosas y emotivas palabras.
Un abrazo.
Muchas gracias, Isidoro. Un abrazo.
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