EL DEMIURGO IMPERFECTO III

(Continuación de El demiurgo imperfecto II)
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...Lo tenía todo calculado con la precisión de un reloj suizo, pues el nido se encontraba cerca del Instituto y los miércoles disponía de un hueco de dos horas libres por la mañana, antes de impartir la última clase de Ética. Pero quién iba a decir que ese miércoles sería un “miércoles cercano al infierno”. Al principio, todo fue según lo previsto, las disculpas pertinentes por no asistir al café rutinario, “tengo en casa asuntos urgentes que atender”, “no preocupadse, el próximo miércoles pago yo, no es que quiera escaquearme, ya sabéis, tengo asuntillos en casa”. Cuando Salvador Ortega llegó a la cita concertada, la puerta de entrada del edificio estaba abierta, sólo tuvo que coger el ascensor y subir hasta el piso en cuestión, llamó al timbre con los nervios a flor de piel y fue amablemente recibido por una mujer bastante atractiva, aunque bien madurita; por sus palabras enseguida coligió que se trataba de una especie de “madame”. Al momento, ya en la parte del salón, salieron a escena cuatro jóvenes muchachas ligeras de ropa y repletas de maquillaje que exhibían sin ningún pudor el bello torneado de sus cuerpos, los velados objetos del placer. Mas cuál no fue su sorpresa cuando al observar los encantos de cada una (cada una siempre después de la otra, pues el filósofo Ortega tendía más al procedimiento analítico que al sintético) para hacer una elección tan embarazosa que sólo podría hallar parangón con el juicio de Paris, reconoció entre el exótico entramado de su cabellera, los afeites y los polvos – con perdón-, el rostro de una exalumna suya. Le pareció escuchar que su nombre de guerra era Pamela, pero él, que nunca olvidaba los nombres de sus alumnos, sabía que se llamaba Ana Martínez Herrero. ¡Qué vergüenza! Recogió rápidamente su chaqueta y su dignidad y salió de allí lo más rápidamente que pudo, balbuceando una especie de despedida. Menudo esperpéntico Baudelaire de segunda mano, incapaz de hacer frente a la situación, de aquí Henry Miller o Bukowski hubieran sacado una gran historia, pero nuestro antihéroe de camino a su instituto sólo pensaba en la trascendencia que este incidente pudiera tener en su trabajo. Por lo menos, no podía ser acusado de pedófilo, habida cuenta de que calculando su edad, ella estaría cursando 2º de Bachillerato y tendría como mínimo, tras haber repetido en dos ocasiones, más de dieciocho años, pero qué sensación de bochorno. Aún así, pese a los incalculables inconvenientes que esta anécdota pudiera tener en su vida real, esta gesta podría servir de trampolín para la creación de un episodio de su magna historia: hay un momento de la trama en la que Daniel Ortega, ante la imposibilidad de la materialización de su amor, se va de putas y de repente se encuentra allí a una alumna. La verdad es que da bastante juego, está la siempre resultona opción del chantaje.
“Daniel conducía bajo la lluvia, atrás había dejado el Instituto y pese a la incomodidad del agua cayendo sobre la luna del coche, seguía abstraído por la monotonía del suave rechinar de los parabrisas, atravesaba avenidas vacías, soledades edificadas, de vez en cuando paraba en algún stop por pura rutina, pero su cabeza estaba en otro sitio. No daba crédito a las palabras que acababa de oír. Qué podría hacer...”
Sí, señor. El chantaje. En estos y en otros pensamientos estaba el novelista Ortega cuando llegó al Puerto. Decidió entrar en uno de los locales más atiborrados de gente. Pidió un Brugal-Cola y ensimismado en sus pensamientos paseaba la cámara de sus ojos en una panorámica minuciosa por todo el local, a la caza de personajes interesantes con que rellenar los huecos de su novela. Y allí estaba ella, no era la primera vez que la veía en sitios de copas, pero sí la única que sintió los ojos de Irene clavados en los suyos, como si estuviera en clase. Ella alzó la copa y le hizo un gesto que él interpretó como un saludo. Entre la densa bruma del humo del tabaco, el estruendo de la música atronadora que en aquellos momentos sonaba en el local, los gritos de la abultada clientela que se agolpaba en la barra y los efectos del alcohol, Ortega había dejado atrás todos sus complejos y sus prejuicios. Pensó por un momento que pisar una boñiga de perro le había traído mucha suerte. Se acercó a ella cuando constató que su joven amada había dejado atrás a su grupo de amigos y avanzaba también hacia él. Hablaron durante toda la noche y ese fue el preludio de una bonita historia de amor que perdura hasta hoy. Decía Alejandro Casona que “las novelas nunca las han escrito más que los que son incapaces de vivirlas”, y Salvador Ortega está viviendo su propia novela, así que ¿para qué escribirla?

Por lo que se refiere a mí, no me considero plenamente lo que se dice un narrador omnisciente, pues además de no conocer con absoluta perfección a mis personajes y ni siquiera conocerme a mí mismo, he ocultado y tergiversado algunos datos importantes de esta historia. Tengo que decir, llegado a este punto, que mi verdadero nombre es Javier Ortega, y aunque no me disgustan las aventuras y desventuras de mi protagonista y amigo Salvador, he decidido abortar aquí mismo mi novela, ya que, como dijo cierto novelista, una buena novela nos dice la verdad sobre su protagonista, pero una mala nos dice la verdad sobre su autor. Y sinceramente creo que aquí hay más verdades sobre mí que sobre el bueno de Salvador Ortega. Soy un demiurgo imperfecto.

6 comentarios:

Francisco Serrano dijo...

Enhorabuena. Es un relato impecablemente construido. Está muy bien abordado el aspecto metaliterario de la creación narrativa, y perfecto en cuanto a ritmo y dosificación de la intriga. Envidiable... Un saludo!

Insólitos. Caminando por el lado salvaje de la literatura. dijo...

Muchas gracias, Francisco, por tus amables elogios. Efectivamente, has dado en el clavo, pienso, al decir que se trata de un relato metaliterario, metanarración con mucha ironía cervantina. Un abrazo

Anónimo dijo...

Ya era hora, Piqueras, de que nos dejaras el final de la historia, nos tenías intrigados, con tanto premio y tanta presentación creía que te habías olvidado de la última prometida entrega de este magnífico relato, y efectivamente, como dijiste, el final es sorprendente, me ha encantao en todo su conjunto, sabia dosificación de la intriga.

Un abrazo. Gonzalo

Insólitos. Caminando por el lado salvaje de la literatura. dijo...

Muchas gracias, Gonzalo, me alegro de que la espera haya merecido la pena.

Un abrazo

Anónimo dijo...

Excelente, Joaquín. He disfrutado mucho con el relato. Técnica perfecta. Intriga hasta el final. ¿Para cuándo una novela?

Un abrazo.

Aurelio.

Insólitos. Caminando por el lado salvaje de la literatura. dijo...

Muchas gracias, Aurelio. La novela va poco a poco haciéndose, si al narrador no le da por abortarla, como hace en este cuento.

Un abrazo y feliz puente